Rutas costeras imperdibles en Sudamérica
Cada país del continente tiene su propio modo de abrazar el mar. Las rutas costeras de Sudamérica son tan diversas como sus paisajes: acantilados fríos en el sur, arenas doradas en el Caribe, pueblos escondidos entre montañas o desiertos frente al Pacífico. Viajar en auto por la región es descubrir esa variedad paso a paso, con el océano como brújula constante.
Argentina y Uruguay: entre acantilados y pueblos bohemios
Desde Puerto Madryn hasta Necochea, la costa argentina combina naturaleza salvaje y tradición. En el sur, las playas patagónicas ofrecen escenarios casi desiertos donde las toninas y los lobos marinos son parte del paisaje. Más al norte, la ruta se vuelve más animada: Mar del Plata, Pinamar y Cariló mezclan el espíritu clásico del verano con bosques y arquitectura moderna. Entre ambos extremos, Necochea sorprende con su ritmo tranquilo y la sensación de estar siempre a medio camino entre el campo y el mar.
Cruzando el Río de la Plata, Uruguay revela otro tipo de encanto: el de los pueblos pequeños donde el tiempo parece tener otro ritmo. Punta del Diablo, con sus casitas coloridas y su aire artesanal, conserva la esencia de los viajes simples. Un poco más al sur, Cabo Polonio invita a desconectarse por completo: no hay autos, solo arena, viento y el sonido del mar golpeando las rocas. La Paloma y La Pedrera, por su parte, ofrecen un equilibrio perfecto entre bohemia y descanso, con cafés frente al océano y atardeceres que parecen pintados.
Chile: la fuerza del Pacífico entre cerros y mar
La costa chilena es una sucesión de paisajes dramáticos donde el océano y la cordillera se enfrentan cara a cara. Desde Viña del Mar hasta Puchuncaví, las carreteras serpentean entre cerros, viñedos y playas abiertas al viento. Viña, con su elegancia tradicional, contrasta con Valparaíso, ciudad de murales, escaleras y una energía creativa que se respira en cada rincón.
Más al norte, Iquique ofrece otro tipo de viaje: uno que combina desierto y mar en un mismo horizonte. La ruta desde el altiplano hasta el Pacífico atraviesa paisajes casi lunares, y al llegar, la vista del océano azul profundo recompensa cualquier esfuerzo. Manejar por la costa chilena es vivir una experiencia sensorial: el olor del mar, la luz dorada del atardecer y el rumor constante de las olas se mezclan con el silencio de los caminos.
Perú y Ecuador: rutas tropicales y sabores del Pacífico
En Perú, el mar se encuentra con el desierto en una mezcla única de colores y texturas. Desde Lima hacia el sur, la carretera Panamericana acompaña el litoral entre dunas y acantilados. Paracas es una parada imperdible: un santuario natural donde las aves marinas sobrevuelan las playas rojizas y el viento parece nunca detenerse. Más al norte, Máncora encarna la versión más cálida y relajada del Pacífico, con surfistas, ceviches frescos y atardeceres interminables.
Siguiendo hacia Ecuador, el paisaje se vuelve más verde y húmedo. Montañita es sinónimo de espíritu libre: un pequeño pueblo de mochileros y artistas donde la música nunca se apaga y la gente se saluda como si se conociera de toda la vida. Las carreteras que la rodean atraviesan selvas costeras y pequeñas aldeas de pescadores que conservan una autenticidad difícil de encontrar. En esta parte del continente, la ruta no solo conecta destinos: une culturas que comparten el mismo horizonte de mar.
Colombia y Brasil: ritmo caribeño y alegría sobre ruedas
El norte de Sudamérica vibra al compás del Caribe. En Colombia, la carretera que une Cartagena y Santa Marta combina historia, color y calor humano. Cartagena deslumbra con sus murallas coloniales y balcones llenos de flores, mientras Santa Marta es la puerta de entrada al Parque Tayrona, donde la selva se funde con el mar. Entre ambas, hay playas escondidas y pueblos costeros donde los niños juegan al fútbol frente al atardecer.
En Brasil, la costa se convierte en una celebración continua. Florianópolis, con sus más de cuarenta playas, combina el confort moderno con el alma natural de la isla. Más al norte, Trancoso y Arraial d’Ajuda conservan el encanto de los pueblos pesqueros, con calles de arena, música en vivo y un ambiente relajado que se contagia. Río de Janeiro, por su parte, es el cierre perfecto: playas icónicas, montañas y esa energía que hace que cada viaje parezca una fiesta.
Conducir por la costa brasileña es dejarse envolver por una alegría que no se explica: se siente.